Siete grandes sonrisas.

Ya han pasado casi un año, y todavía recuerdo como si fuera ayer el periodo de prácticas. Sin duda, y al igual que afirman la mayor parte de los estudiantes de magisterio, el momento en el que más aprendes a ser un “buen maestro” es en las prácticas.

Esos meses son inolvidables: los niños y niñas te miran con ilusión y granas de aprender desde el primer momento, las tutora que te guía y enseña todo con paciencia y cariño, el aula,…

Desde el momento que me incorporé al centro como alumna en prácticas mi maestra tutora me trato con gran cariño y me ayudo en los problemas y dudas que me iban surgiendo.

Los niños eran increíbles. Se trataba de un centro de difícil desempeño, que a simple vista para asustar a cualquiera, pero lo importante es conocer a los niños, intentar entenderlos, conocer su problemática y sobre todo escucharles y darles todo el cariño que este en nuestra mano. Son niños que con tan solo unos añitos, viven en situaciones familiares y sociales muy difíciles.

Era fundamental proponer actividades motivantes, concretas y llamativas que centraran la atención

de todos y en los que la participación y el protagonismo de los niños fuera fundamental. Se trabajan fundamentalmente los valores en diversas propuestas, cuentos, láminas, talleres.

Realmente aprendí a ser maestra de la mano de mi tutora, Elena, que sepa que pase el

tiempo que pase siempre recordare todos esos momentos, la ayuda que me ha dado y todo lo que me ha enseñado; y de los niños/as con los que tuve la oportunidad de trabajar, que también me enseñaron multitud infinidad de cosas. Ambos quedarán siempre en mi recuerdo y cada vez que esté al frente de un grupo nuevo de alumnos, en un nuevo colegio, en situaciones problema en el aula… pensaré en ellos con alegría y cariño.


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